La mujer se encuentra desde el principio sin una forma propia de existir, como si el existir de la mujer se hallaseya incluido en una forma de existir (mujer, madre, hija, etc.) que la niegan en cuanto a mujer. Ser madre significa existir y usar el propio cuerpo en función del hombre, y por lo tanto una vez más carecer del sentido y del valor del propio cuerpo y de la propia existencia a todos los niveles. Esta negación de sí misma e sinteriorizada a niveles tan profundos que es como si las mujeres, a lo largo de toda su historia, no hiciesen másque repetir esta experiencia de autodestrucción. Por eso, el discurso sobre la violencia masculina, sobre la vejación, sobre la dominación, sobre los privilegios, etc. seguirá siendo un discurso abstracto si no se tiene en cuenta el aspecto interiorizado de la violencia, la violencia como negación de la propia existencia. La negación de sí misma empieza a funcionar desde el nacimiento, a partir de la primera relación con la madre, donde la madre no está presente como mujer con su cuerpo de mujer, sino que está allí como mujer del hombre,para el hombre (…)
El hecho de que la niña viva la relación con la persona de su sexo sólo a través del hombre, con esta especie de filtro que hay entre ella y la madre, es la razón más profunda de la división que encontramos entre una mujer yotra mujer; las mujeres estamos divididas en nuestra historia desde siempre,(…) al no conseguir mirarnos la unaa la otra, al no ser capaces de contemplar nuestro cuerpo sin tener siempre presente la mirada del hombre.(…)
Del hecho de que la mujer no encuentra en la relación la madre el reconocimiento de su propia sexualidad, del propio cuerpo, procede después toda la historia sucesiva de la relación con el hombre como relación donde la negación de todo lo que tú eres, de tu sexualidad, de tu forma de vida, ya se ha producido.
Lea Melandri. La Infamia originaria (1) (subrayados de ella)
Entender la violencia interiozada a lo largo de nuestra socialización patriarcal, significa tomar conciencia de la mujer que quedó perdida en los orígenes y que vive la sombra de nuestra cultura. Estamos solamente empezando a darnos cuenta de las consecuencias de la desaparición del amor materno, del cuerpo a cuerpo con la madre, que reclamaba Luce Irigaray (2), así como las de la ausencia del orden simbólico de la verdadera madre que plantea Luisa Muraro (3). Creo que es necesario añadir a la ‘madre’ el adjetivo verdadera para oponerla a la madre impostora que es una función del padre f(p) (Victoria Sau) (4). Porque esta madre patriarcal sí tiene un orden simbólico que actúa en nuestra sociedad conformando precisamente la impostura, la maternidad como función del padre; un orden simbólico en cuyo centro está la virgen María, esclava del Señor, que concibe por obra y gracia del Espíritu Santo, sexualmente aséptica, y que ofrece el sacrificio de su hijo al padre: nuestra señora de las Angustias, de los Dolores… en fin, la representación del papel de esposas sumisas, sexualmente pasivas, víctimas y sufridoras de nuestra civilización patriarcal. El orden simbólico de esta falsa madre existe y es muy poderoso. En cambio, la verdadera madre no tiene representación simbólica, ni referentes culturales (salvo si nos remontamos ala matrística, a algunas civilizaciones neolíticas).
Nuestra socialización en el Patriarcado es una adaptación a un orden sexual que desvaloriza, desprecia y niega nuestros cuerpos, así como nuestra forma específica de existencia; se trata de una prohibición sistemática de todo un desarrollo libidinal y sexual de la mujer, de toda una vida, que quedaría fuera del radio de acción del falocentrismo, en torno al cual está construido este orden sexual. Recuperar nuestros cuerpos y nuestrasexualidad es una tarea de enorme envergadura y de enorme urgencia.
Falocentrismo, como la propia palabra indica, quiere decir que el falo es el centro de la sexualidad; que toda la sexualidad se orienta y gira en torno al falo, el cual es el objeto de todas las pulsiones, de todo el deseo, capaz de atraer y absorber el conjunto de la energía erótica de la mujer. Este mensaje lo vamos interiorizando desde que nacemos, desde el momento en que, como dice Lea Melandri, nuestra madre no está ahí como mujer con su cuerpo de mujer en gestación extrauterina, sino como mujer del hombre para el hombre. Al negarnos su cuerpo, niega todo el caudal de energía erótica y toda la sexualidad no falocéntrica de la mujer. Y aprendemos a percibirnos a través de la mirada del hombre; y también a desvalorar nuestro cuerpo. Esto es el núcleo básico, el germen inicial de una socialización que será devastadora de nuestros cuerpos y de nuestra energía sexual; no sólo porque de niñas y de adolescentes nos ‘perdemos’ todo un desarrollo no falocéntrico de nuestra sexualidad –danzas del vientre en tierra, en el agua- sino porque nuestro cuerpo adulto ha somatizado toda esa represión; se ha hecho un cuerpo acorazado y tieso con un
útero inmovilizado, sin haber desarrollado su sistema erógeno; y además ha interiorizado la des-valorización y el desprecio del propio cuerpo, origen de toda la misoginia, el caudal de emoción envenenada que alienta la sociedad patriarcal.
Según vamos creciendo, ya con toda la presión social, se va asentando en nuestras mentes una percepción que infravalora y deforma nuestros cuerpos y su potencial erótico, aceptando que es normal que la regla nos duela todos los meses, que estar embarazada es una pesadez y una lata por lo que hay que pasar para tener un@ hij@, y que el parto es un mal trago que sólo gracias a la epidural y a la medicina se palia un poco. Nos han robado nuestra capacidad erótica, quedando además fuera de nuestra conciencia y de nuestra imaginación , lo que de hecho es nuestro cuerpo y su sistema erógeno, con todo su enorme potencial de placer y sexualidad, que quedó atrás en el Paraíso matricéntrico del que fuimos expulsadas, desterrado en el Hades o condenado al Infierno.
La sexualidad de la mujer (a diferencia de la del hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida, las mujeres pasamos por diferentes ciclos y estados sexuales, de diferente orientación e intensidad libidinal. El equilibrio emocional, tanto psíquico como orgánico que sostiene nuestros cuerpos es un proceso ondulante, cíclico. Por eso la luna, que aparece en el cielo cambiando de forma cíclica, ha sido siempre un símbolo de la femeneidad. Y sin embargo funcionamos como si nuestra producción sexual y libidinal, fuese algo rectilíneo y siempre la misma; también semántica y simbólicamente, el conceptonormal de sexualidad se refiere sólo a una sexualidad adulta y falocéntrica. (5)
Y sin embargo, no es el mismo estado sexual ni el mismo equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando menstrúa. También es diferente el estado de la mujer grávida de la que no lo está, ni el de la mujer en el parto, o durante la gestación extrauterina, o a lo largo de una lactancia prolongada, o cuando vivimos la pasión amorosa con un hombre o con otra mujer. Hemos perdido, a lo largo de la socialización patriarcal, la percepción del estado cambiante de nuestro cuerpo, de cómo lo sentimos, de nuestros diferentes flujos y de sus olores (¡ay las malditas colonias!). ¿Cómo se produjo la alineación sexual?
Hace 4 ó 5 mil años, el Poder de un colectivo de hombres creó una sociedad basada en el sometimiento de la mujer. Este sometimiento incluía de una manera muy especial, su sometimiento sexual; es decir, se creó una sociedad basada en la violación sistemática de los deseos de la mujer. Independientemente de que esa violación en la práctica fuese más o menos forzada o violenta, según los momentos, poco a poco se consigue que el deseo de la mujer deje de ser relevante, hasta que se anula, desaparece y se limita a la complacencia falocrática. Las mujeres perdieron sus costumbres, sus reuniones, sus bailes voluptuosos; perdieron la libertad de su cuerpo y la conciencia del mismo, sus baños sensuales compartidos entre hermanas, madres, tías, abuelas…., el cuerpo a cuerpo con sus criaturas… perdieron la maternidad nacida del deseo e impulsada por el placer. San Agustín lo dijo en una frase Dadme otras madres y os daré otro mundo; lo sabían y no pararon hasta que lo consiguieron. El deseo sexual en la mujer pasó a ser considerado lascivo y deshonesto. Como dice la Biblia, las buenas esposas debían sentir vergüenza hasta de su marido; como madres patriarcales tenían la misión de introyectar el pudor y el recato en las hijas, convirtiéndose en la garantía de la paralización de todo atisbo de producción deseante, del deseo sexual de las futuras generaciones de mujeres. Se cortó de raíz el valor del cuerpo femenino y el desarrollo natural de la sexualidad de la mujer.
Por ello la mujer empezó a taparse con velos y a andar tiesa como un palo. La mujer cambió la forma de sentarse: dejó de sentarse en cuclillas (como podemos todavía ver en documentales de culturas no occidentalizadas), o en asientos bajos con las piernas abiertas (las rodillas dobladas casi a la altura del pecho, y el sacro a la altura de los tobillos) recubiertas por sus amplias faldas, tal y como vemos, entre otros, en los mercadillos de ciertas partes de la India. Las costumbres sobre las posturas forman parte de la educación en el orden sexual, puesto que hay que paralizar todo lo que se pueda los músculos pélvicos y los uterinos, para que nuestro vientre no se estremezca ni palpite.
Quizá hoy nos cueste entender lo de los velos que tapan la cara. Podemos preguntarnos, ¿qué necesidad hay? La respuesta la encontré en un hamman de la medina de Fez. Iba con una amiga y al entrar nos quedamos paralizadas. Era una estancia cuadrada, llena de vapor de agua; en el suelo -de cemento con tragaderas de agua- estaban sentadas, en varios corros, mujeres de todas las edades; estaban desnudas y se echaban agua unas a otras, se frotaban, se daban henna, se ofrecían gajos de naranja que allí mismo pelaban…Ancianas, mujeres maduras, mujeres jóvenes, algunas con bebés, y niñas, charlaban, sonreían y reían. Creo que lo que nos conmocionó fueron sus risas, su modo de hablar con una euforia espontánea y la vitalidad de sus rostros; algo distinto a lo que estamos acostumbradas. No entendíamos nada de lo que hablaban, pero en sus gestos y en su modo de hablar había una complicidad voluptuosa y una intimidad que nos hizo sentirnos
intrusas, como si estuviésemos violando la intimidad de alguien.
Una mujer de mediana edad, al darse cuenta de nuestro azoramiento, se levantó y se acercó a nosotras; nos indicó que nos desnudásemos y que la siguiéramos. Atravesamos la estancia y pasamos a otra y luego a otra. En las otras estancias, había igualmente mujeres lavándose y charlando, cada estancia con más densidad de vapor; pues en la última estancia había un pilón rectangular al que caía un gran chorro de agua hirviendo, que producía el vapor. Nuestra mujer cogió dos cubos y los llenó de agua caliente, añadiendo fría hasta conseguir la temperatura adecuada y nos empezó a echar agua por encima con toda delicadeza; nos indicó que nos echáramos jabón si queríamos, y así fue como aquella desconocida nos ayudó a bañarnos. No sólo no nos miraron como intrusas ni nos hicieron el vacío, sino que fuimos invitadas a compartir el baño.
Fuera, las mujeres todas tapadas, inaccesibles. Y sin embargo, todas las tardes de 3 a 8, allí se reunían y se expandían (luego también pude observar que se reúnen en los terrados de las casas, que se comunican entre sí, de manera que sin tener que salir a la calle pueden ir de una casa a otra). No he visto nunca en nuestra democrática sociedad de mujeres ‘liberadas’ una reunión semejante de semejantes mujeres, porque sobre todo, nunca he vuelto a ver este tipo de mujeres… no sé, tan distintas, tan vivas. Entendí entonces por qué el mundo musulmán es un modelo de sociedad patriarcal que mantiene más represión exterior para las mujeres; sencillamente porque están muy lejos de tener la autorrepresión necesaria, de haber interiorizado como nosotras la represión de nuestros cuerpos y de nuestros deseos. No tienen nuestras corazas y tienen una percepción de sus cuerpos que creo que desconocemos en nuestra sociedad.
Esa sensualidad era visible en el brillo de sus ojos, en la sonrisa, en las arrugas de sus caras, en la suavidad y al mismo tiempo firmeza de los gestos de sus manos… ¡claro que tienen que llevar velos y cubrirse la cara! para que no se vea lo que no debe de verse: lo que en nuestra sociedad se borra con el acorazamiento muscular que se produce a lo largo de nuestra educación. Vamos, pues, viendo la importancia de la violencia interiorizada, de la autorrepresión de nuestros cuerpos.
Pensemos un sólo instante en la imagen de mujer que nos venden en la televisión y en todos los medios audiovisuales que uniformiza la diversidad y que aplasta todo atractivo que no sea lo que están definiendo. Quizá conviene saber que la mujer para producir estrógenos, una de nuestras hormonas sexuales, necesitamos que un 20 % del peso total de nuestro cuerpo sea tejido adiposo (esto lo dicen los libros de texto de antropología física). No hay más que ir al Corte Inglés y comparar los maniquíes con las mujeres de carne y hueso que abarrotan los departamentos: no se parecen en nada, no hay mujeres con esas caderas estrechas y casi sin pecho. En lo que más nos parecemos a los maniquíes es en la expresión de los ojos, casi tan faltos de vida como la de los cuerpos inertes de cartón piedra. Interiorizar que nuestros cuerpos sólo valen para gustar a los hombres es una violencia que destruye el enorme potencial que tenemos. Y todo porque, como dice Melandri, carecemos desde el nacimiento de la madre, del cuerpo de mujer que es el entorno adecuado para responder a toda la producción amorosa propia de nuestra condición humana; no hay
reciprocidad ni humanidad donde pueda fluir y expandirse toda esa producción; entonces con tanto anhelo de amor que no cesa de frustrarse, con tanta ansiedad por amar y ser amadas, concentramos todas nuestras fuerzas en hacer lo que sea para adaptarnos a la norma que establece lo que hay que ser, y lo que hay que dejar de ser, para tener esa aceptación y ese amor que nos es imprescindible para vivir. Sin embargo, todo está tan ritualizado y normalizado, que sólo se perciben los procesos más visibles de esta autodestrucción, como la anorexia y la bulimia, pero que son sólo una de las puntas del gran iceberg que es preciso determinar y conocer.
Según algunos textos de la Antigüedad, la virginidad no era sinónimo de castidad. A menudo las vírgenes fueron representadas con la imagen de la sirena, una mujer la mitad para abajo con forma de pez, que no podía tener relaciones coitales con varones, pero que bailaban la danza del vientre en el agua y nadaban voluptuosamente como los delfines; las mujeres vírgenes no habían tenido todavía relaciones con hombres, pero habían desplegado su sexualidad desde la etapa primal, habitando y compartiendo el cuerpo de sus madres y de otras mujeres, sus juegos y sus danzas. La antropología indica que las danzas del vientre femeninas son universales, y se han producido en las culturas antiguas de todos los continentes. Lo que creo de las mujeres del hamman de Fez es que, simplemente, había en ellas vestigios de una vitalidad femenina desaparecida en el mundo occidental.
Cuando la civilización occidental empezó a reconocer ‘científicamente’ la sexualidad, la mujer lleva milenios arrastrando un cuerpo al que se le cortan las raíces desde el comienzo de su crecimiento, lo mismo que a un bonsai. Por eso Freud dice que el sexo femenino no existe y que la mujer es un varón sin sexo, castrado. Y sin embargo, el mismo Freud reconoció que había algo que se le escapaba… aquello del continente negro inexplorado… Incluso llegó a precisarlo:
El conocimiento de una época pre-edípica en la mujer ha provocado en nosotros una sorpresa similar a la que, en otro campo, suscitó el descubrimiento de la civilización minoico-micénica anterior a la civilización griega. Todo, en el ámbito de la primera vinculación con la madre, me parece difícil de captar analíticamente, oscuro, remoto, sombrío, difícil de devolver a la vida, como si hubiera caído bajo una represión particularmente inexorable. (6)
También nuestro punto de partida fue el desconcierto producido por la experiencia de nuestras maternidades, toda una cadena de sensaciones y de emociones que no cuadraban con la noción en vigor de la misma. Poco a poco, una serie de datos que teníamos en la mente, empezaron a establecer contacto entre sí, como las piezas de un puzzle que sueltas no significan nada, pero que al encajar unas en otras ofrecen una imagen nítida… Pero no es un puzzle cualquiera, se trata de juntar las piezas de nuestro cuerpo, de recomponerlo…
Una de las primeras ‘pistas’ que nos ayudaron a modificar la conciencia de nuestro cuerpo, fué el enterarnos de que (7) ‘histeria’ venía de ‘hysteron’ (en griego, ‘útero’); y que en la Grecia antigua, la mujer frígida era la que tenía el hysteron paralizado en la parte superior de la cavidad pélvica. Para curar la frigidez (la ‘histeria’) hacían inhalar a las mujeres ciertassustancias o drogas (8).
Platón, Hipócrates, etc. dejaron escrito, con intención más o menos peyorativa, que había algo que se movía dentro del vientre de la mujer, como un animal errante, para acabar definiendo al útero como un animal que habitaba dentro de otro animal. Animal que después fue convirtiéndose en bestia y en monstruo (9).
En cambio, en las culturas prepatriarcales neolíticas de la Vieja Europa (10), el útero se representaba como un pez (y las sirenas cuya voluptuosidad era la gran tentación de los héroes, eran mitad mujer y mitad -la mitad inferior- pez). Otras veces también se representaba el útero con una rana, al igual que en algunas culturas pre-colombinas, donde la rana simbolizaba el útero femenino, porque el palpitar del útero femenino era similar al palpitar del cuerpo de la rana (11). La serpiente es otra clave simbólica, porque fue el símbolo más representado de la voluptuosidad femenina, que luego fue convertido en todo tipo de monstruos demoníacos y dragones, que representaban la satanización de la sexualidad femenina, la lascivia, el ‘mal femenil’ bíblico por el que entra el mal en el mundo.
También nos encontramos con que Masters y Johnsons (12) aseguran que en el orgasmo femenino se producen ‘contracciones’ uterinas; sin duda esto tenía que ver con aquello de que para los griegos antiguos la mujer frígida era la que tenía su útero inmovilizado…
Y Juan Merelo-Barberá, en su libro Pariras con placer (13) dice que el útero es nuestro principal órgano erógeno, que la mujer está socializada en una ruptura psicosomática ‘útero-conciencia’, y que por eso parimos con dolor.
No es casualidad que la maldición divina de parir con dolor está asociada a la dominación del hombre sobre la mujer, porque en esa dominación está incluida la desaparición de toda expresión de sexualidad femenina que no sea la de la complacencia al falo. La información de Bartolomé de las Casas (14), y otras que nos han llegado de mujeres que parían sin dolor, es otra pieza del puzzle que encaja, pues ¿cómo no causar perplejidad, conociendo nuestro parto actual tan doloroso, la existencia de mujeres que paren sin dolor?
Frederick Leboyer (15) nos habla de nacimientos sin violencia, de bebés que nacen sonriendo, de mujeres que abren su útero con tiernos latidos (en lugar de con calambres y contracciones espasmódicas), tierna y placenteramente, avanzando hacia el éxtasis.
Las mujeres de la India (16) visualizan los pétalos de la flor de loto abriéndose para abrir el canal del nacimiento, un abrir suave, sin violencia alguna; claro que no se les ocurre ponerse a parir en decúbito supino, en medio de focos, entregadas a las órdenes de las autoridades médicas. Porque el parto, como todo acto sexual, requiere intimidad para que el cuerpo pueda abandonarse a la emoción y a la relajación. El desconocimiento de nuestro cuerpo y la pérdida de la confianza en él, junto con el miedo inculcado, nos hace hacer todo lo contrario de lo que el parto requiere; contraídas, llenas de miedo, entregamos nuestra confianza a las autoridades de la Medicina, que -cesáreas aparte- no pueden saber ni hacer lo que sólo el cuerpo sabe cómo y cuándo hacer. El decúbito supino es una posición contraria al parto; el canal de nacimiento se estrecha y se alarga, además la posición horizontal va en contra de la fuerza de gravedad, y sobre todo, la mujer no puede hacer fuerza con los músculos pélvicos; en cuclillas, el canal de nacimiento se acorta y la salida va a favor de la fuerza de la gravedad, y podemos hacer toda la fuerza que podamos con
nuestros músculos pélvicos. Parir en decúbito supino supone alargar el parto, poner dificultades al avance del bebé, facilitar el atasco y la falta de oxígeno; es tan absurdo como defecar en esa posición. Sólo tiene una lógica: la manipulación médica y agravar el sufrimiento de la madre y del bebé. Obligar a la mujer a parir en esa posición es una violencia gratuita e innecesaria; es la imagen de la sumisión y de la negación de nuestros cuerpos.
Las mujeres de ciertas regiones de Arabia Saudita, conocedoras de la sexualidad del parto, forman corro alrededor de la parturienta bailando la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él (17).
Juan Merelo-Barberá en el libro antes citado recoge un estudio realizado sobre partos orgásmicos, asegurando que son mucho más frecuentes de lo que nos imaginamos. Aunque la cultura patriarcal lo niegue, la maternidad forma parte de nuestra sexualidad.
Como lo prueba otro importante indicador, la oxitocina (18), la hormona que segregamos en todo proceso de excitación sexual, por eso llamada hormona ‘del amor’; pues bien la oxitocina es lo que emplea la Medicina para forzar los partos, es el oxitócico que nos ponen en el ‘gotero’ para acelerar o desencadenar las famosas contracciones y dilatar el cuello del útero. No han encontrado otra cosa, porque el parto natural es un acto sexual durante el cual la madre y el bebé segregan esa hormona para producir el movimiento del útero que conduce al nacimiento. También se ha demostrado que la eficacia de la oxitocina depende de su pulsatilidad (19), de su secreción rítmica, porque cuando se segrega naturalmente durante el proceso emocional , se segrega rítmicamente, en oleadas, como el placer.
¡Vaya diferencia! Un útero que en lugar de contraerse espásticamente, produciendo el terrible dolor del calambre, palpita como un corazón, y su latido es una ola de placer que le hace moverse suavemente como una ameba, estirándose y descendiendo, aflojando y distendiendo los músculos del cervix, hasta la famosa apertura de los 10 cm..
Por cierto, que en la Antiguedad, en las orgías Eleusíacas (20) ingerían oxitocina por medio del hongo llamado ‘cornezuelo’ del centeno como afrodisíaco; a diferencia de ahora, que nos lo inyectan en vena produciéndonos dolorosos calambres en el útero.
El útero no es otra cosa que una bolsa hecha de tejido muscular, conectada al sistema nervioso voluntario e involuntario (21), perfectamente diseñado para su función, pues el tejido muscular tiene la cualidad de ser dúctil, flexible, capaz de la relajación y de la distensión, y al mismo tiempo de la mayor dureza… en definitiva, fuerte para proteger y sostener un peso de 10 Kgs. contra la fuerza de la gravedad, ideal para gestar un embrión en el interior de la madre, protegiéndole y nutriéndole… ¡y qué magnífico invento, el del dispositivo de salida!, ese haz de fibras musculares que es el cervix, que cierra firmemente y se distiende cuando se relaja, suavemente, sin producir ningún sufrimiento al bebé, con las olas del placer que produce el latido del útero.
Pero un músculo que se inmoviliza pierde su flexibilidad. Cuando nos escayolan una pierna y nos la inmovilizan tan solo un mes, luego tenemos que hacer ejercicios de rehabilitación para recuperar su función… imaginemos lo que sería que nos atasen un brazo de niñas, que creciéramos sin saber que tenemos un brazo y para qué sirve, y que luego de mayores nos lo soltasen y nos dieran una azada y nos pusieran a cavar… Cuesta mucho recuperar la función de un músculo que ha estado inmovilizado, y si se le fuerza, duele; y como duele,nos contraemos y procuramos no moverlo; y por eso hay que usar goteros y dilatar el útero con calambres. Leboyer (15) afirma que el dolor de las contracciones del parto, que se supone normales, son ‘calambres’, que se producen cuando los músculos se agarrotan y no se distienden, y asegura que las famosas contracciones de dilatación que se califican de ‘adecuadas’, son “altamente patológicas”; y añade: “¡vaya revolución en ciernes!”. Aquí tenemos la explicación de por qué la paralización de la sexualidad femenina está asociada al parto con dolor. Tan sólo teniendo en cuenta las reglas y los partos dolorosos, ¡cuánto sufrimiento ha producido y produce la violencia interiorizada, la negación de nuestra sexualidad!
La psicoanalista y sexóloga francesa Maryse Choisy (22), después de diez años de trabajo con cuestionario, ofrece una perspectiva sobre el orgasmo femenino que rompe la tradicional dicotomía ‘orgasmo vaginal-orgasmo clitoridiano’. El orgasmo más global e importante de la mujer, afirma, no es ni vaginal ni clitoridiano; apretando los muslos o los glúteos firmemente (las mujeres) alcanzan un tipo de orgasmo que arranca en el centro de su cavidad pélvica, en algun punto muy profundo de su interior, y se expande por todo el cuerpo… pues el verdadero orgasmo femenino es cérvico-uterino, o tiene su origen en él… Por eso las sirenas, las mujeres-pez, eran el símbolo de la voluptuosidad no falocéntrica de la mujer; una sirena no puede tener relaciones coitales.
Inmediatamente después del parto la mujer tiene las descargas de oxitocina más importantes de toda su vida sexual (18), además de otras sustancias opiáceas, como las endorfinas, para producir la interdependencia libidinal y el acoplamiento de la gestación extrauterina, el único periodo realmente simbiótico de nuestra vida. La atracción libidinal, (23) entre madre y bebé produce y mantiene el estado de simbiosis, un nuevo estado sexual de la mujer, tan placentero y gratificante para la mujer como para el bebé. Se trata de la carga (o catexia) libidinal mayor de toda la vida humana, porque debe mantener la atracción mutua de la simbiosis, confirmando lo que ya dice el indicador hormonal. Y aunque ahora podamos sobrevivir con leche y calor artificial, la líbido y el contacto físico, piel con piel madre-criatura, sigue siendo necesaria para la producción de muchas sustancias químicas, enzimas etc. de las que depende la formación de las sinapsis neuronales, del sistema inmunológico, digestivo, etc (24). Lo peor no es que el pezón que chupamos sea de plástico,sino el cuerpo que falta detrás del chupete o del biberón.
Hay un momento muy importante inmediatamente después el alumbramiento, en el que se producen en la mujer grandes descargas hormonales y de sustancias opiáceas destinadas a organizar la díada madre-criatura, y que recibe el nombre de impronta (18). Hoy se interrumpe este proceso con la excusa de lavar al bebé o de examinarle; en otros tiempos se interrumpía con otros ritos y creencias, como que el calostro es malo y no debe ser ingerido, o que la mujer quedaba impura y no debía dar de mamar hasta la ‘purificación’, etc. La madre se traga todas esas descargas hormonales (luego vienen las depresiones post-parto) y retoma el bebé por la vía del amor que sale del corazón y no del vientre.
Perturbar la impronta es una negación de la sexualidad femenina, uno de los estados de mayor placer de nuestras vidas. Se trata de sustraer a la madre la pasión del amor materno visceral, para convertirla en una madre impostora que reprime e inculca a su prole la resignación y la sumisión emocional, produciendo los hij@s para el padre: esclavos y esclavas resignad@s; y también el acorazamiento para hacer guerreros crueles y nuevas madres de nuevos guerreros y esclav@s. La maternidad patriarcalizada se institucionaliza para el mantenimiento de este orden social. Como decía Amparo Moreno (25):
Sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas ‘lo que no debe ser’ desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y la canalice hacia ‘lo que debe ser’, no podría operar la Ley del Padre que simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa ‘lo que debe ser’ (…) No en vano el tabú del incesto, que bloquea la aspiración a la confusión con la ‘carne de mi carne’, es el gran cancerbero del sistema jerárquico que sirve para transmutar las relaciones de tú a tú, en relaciones reglamentadas de acuerdo con el sistema jerárquico-expansivo patriarcal.
La entrada de la mujer en los espacios públicos y su salida al mercado de trabajo se está haciendo a costa de negar nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Sin embargo, como explica la norteamericana Jean Liedloff (26), durante milenios las mujeres han trabajado con sus hij@s colgados en sus cuerpos, práctica que hoy también hemos perdido. Porque lo que es incompatible con la lactancia no es el trabajo sino el trabajo asalariado con su disciplina rígida. Una encuesta entre científicas norteamericanas recogía el siguiente dato: estas mujeres habían hecho o terminado su tesis doctoral y su trabajo específico como científicas durante el año de excedencia que habían pedido por su maternidad… habían hecho su trabajo en casa, con el bebé, en cambio ese trabajo creativo y no alienante no lo habían podido hacer mientras ‘trabajaban’ en sus puestos oficiales de trabajo, a los que no podían acudir con el bebé. No hay puestos de trabajo para mujeres lactantes, y esto es una negación del cuerpo de la mujer y de su derecho a su vida sexual. Paralelamente, la presión social y médica que recibe una mujer para que destete prematuramente a su bebé
es inimaginable. Todo esto es posible porque es más fácil cuestionar la maternidad y cuestionar lo que nos pide el cuerpo (porque ya están cuestionados), que cuestionar las condiciones del trabajo asalariado capitalista (que no sólo ya no está cuestionado sino que ha conseguido que un puesto de su trabajo sea todo un logro social). Sin embargo, la robotización de la maternidad (la robotización de nuestros cuerpos) y su negación es una auténtica violencia contra nuestros cuerpos que provoca el desquiciamiento de todas las relaciones sociales, incluida la relación con el sexo masculino y con la infancia. Es extremamente importante reivindicar la maternidad como una etapa de nuestra vida sexual, por nosotras mismas y porque la líbido materna es lo que puede vertebrar una sociedad basada en la realización del bienestar. Sin madre no puede haber hermandad; el fratricidio es la consecuencia inmediata del matricidio, de la falta de madre. (27)
Cómo actúa el orden simbólico en el inconsciente femenino
Según Balint (23) la ruptura de la simbiosis madre-criatura produce una herida psíquica muy importante que alienta ansiedad, afecta a todo nuestro ser psicosomático y se vive como un cuestionamiento de nuestra existencia.Lo simbólico actúa sobre esta herida, para conformar la estructura psíquica, femenina o masculina, del orden patriarcal. Esta formación psíquica producto del matricidio, incluye una codificación falaz del deseo del cuerpo materno; Deleuze y Guattari (28) lo llamaron edipización.
El orden simbólico patriarcal hace que, muerta y desaparecida la madre, el cúmulo de deseo reprimido en la etapa primal y a lo largo de la infancia, se interprete y codifique como si fuesen deseos del falo, algo a resarcir y a saciar cuando se llegue al estado adulto, y que todo lo reprimido y lo que anhelamos será saciado en la fusión con otr@ adult@ del otro sexo. La falta del cuerpo a cuerpo con la madre, no se dice ni se sabe, pero su anhelo se proyecta a lo que vemos, desde nuestra soledad en la cuna: papá y mamá juntos en la misma cama. Esta imagen, la del matrimonio o pareja, representa el fin de la ansiedad y la realización del deseo, que se percibe y se codifica como falocéntrico: como mamá con papá. Así es como nuestra socialización y la formación de la ‘identidad’ quedan marcadas por esta búsqueda de auto afirmación de nuestra existencia cuestionada, y consiste en encontrar al hombre de tu vida, al príncipe azul, a la media naranja, puesto que no sabemos qué pasó, ni nos podemos imaginar que nuestra madre hubiera tenido que ser otra cosa, otro cuerpo, otro deseo. Ahora bien, la codificación del anhelo no es el mismo para las niñas que para los
niños.
Para la niña, la saciedad o la calma de la herida está en la figura masculina, y toda su energía erótica se dirige a esa figura. El cuerpo materno negado se generaliza en lo más íntimo, en lo más hondo, en una desvalorización del cuerpo femenino. Y el bloqueo de la energía erótica primaria se convierte en una des-apreciación de la figura femenina, y en la búsqueda de la salvación en el cuerpo masculino.
Esto es el orden simbólico que se proyecta en el inconsciente de lo que vale el cuerpo del hombre y de lo que vale el cuerpo de mujer; y esta desnaturalización de lo que vale cada cual va a estar funcionando toda la vida. Porque todo esto se fija en nuestra psique, y se fija con toda la fuerza de la ansiedad latente del cuestionamiento de la existencia que sigue manando de la herida. Los géneros, pues, se realizan para afirmar nuestra existencia cuestionada, y se realizan negando el cuerpo femenino.
Las raíces del ego femenino y del ego masculino están en lo más hondo del inconsciente, en la criatura que fué herida en el comienzo por la falta de madre. Por eso los géneros no son solo discursos culturales, sino que tienen profundas raíces emocionales.
La imagen de la naranja, de las dos mitades unidas, es una imagen falaz de nuestros deseos. Porque la simbiosis es sólo un estado de la etapa primal, que es cuando se necesita la fusión permanente para sobrevivir (para comer, para movernos, para tener calor). El estado de simbiosis no es propio de la adultez (podemos comer, andar etc. de forma autónoma), no necesitamos estar las 24 horas del día acoplados, sino de fundirnos en momentos concretos.
Por eso nunca estamos del todo satisfechas. Porque ninguna pareja adulta podrá devolvernos el estado simbiótico. Pero el mito está ahí manipulando la ansiedad de la líbido reprimida, haciendo los roles, dando cuerda a los géneros, a lo que se supone que es un hombre y a lo que se supone que es una mujer. Y siempre la sensación de que no acabamos de ser queridas todo lo que desearíamos, o de la forma que desearíamos.
La imagen de la fusión de las dos medias naranjas no es inocente, porque además de proyectar una simbiosis que no corresponde entre adult@s, da la idea de dos mitades que se complementan recíprocamente, lo cual oculta la diversidad de la sexualidad femenina, y deja la sexualidad no falocéntrica de la mujer en el limbo de la inexistencia; no existe el mundo conceptual y simbólico de la madre, de la verdadera mujer.
Y con la pretensión de una armonía complementaria, el mito oculta también que el falocentrismo es una imposición, y por tanto presupone una relación de dominación, de Poder y sumisión entre los dos sexos. Un sexo que se afirma negando el otro.
El nombre del ‘padre’ y la patria potestad
Lo dicho sobre la imagen de la media naranja no lo explica todo. Los publicistas saben que para afianzar un producto en los hábitos cotidianos de consumo, además de la persistencia de las campañas publicitarias hace falta algo material que lo respalde. El falocentrismo debe entenderse como parte del Poder adscrito al sexo masculino.
Decíamos al principio que está sociedad comenzó con el sometimiento sexual de la mujer. Para lograrlo el colectivo hegemónico de varones inventó un sistema concreto: otorgar a cada uno de ellos una cuota de la potestad de la patria, lo que todavía, y no por casualidad, en nuestro código civil se llama patria potestas. Cada hombre tenía, por ser hombre, la potestad sobre la vida y la muerte de su mujer, de la descendencia de su mujer y de sus servidores. Esta pre-potencia adscrita al valor del sexo masculino se interioriza, de tal manera, que la autoafirmación de la existencia y la realización del ego masculino, llevan esa impronta. Por eso, en los casos de extrema frustración sale en los hombre la extrema violencia contra las mujeres, porque en su brotes de desesperación, cuando se destapa la ansiedad de la herida y sienten su existencia cuestionada, se autoafirman mostrando su derecho sobre su posesión (‘porque eres mía’, ‘porque es sólo mía y puedo hacer lo que
quiera’). Por eso la compleja mezcla de amor y violencia. Los hombres en su crispación no matan al jefe que les humilla o les despide, en cambio matan por celos (que en general no están ni siquiera justificados), porque cuando sienten que la mujer no es lo suficientemente sumisa lo que sienten es el cuestionamiento de la autoafirmación de su existencia, de su ego, que se manifiesta trágicamente como una unidad de Poder, con el asesinato.
La pre-potencia masculina no es una simple idea que está ahí; es un Poder material que ha estado presidiendo la masculinidad, el concepto de hombre, la construcción de los géneros. No es una ley escrita sobre el papel sino grabada en el inconsciente colectivo, pertenece a un sistema de identidad con milenios de rodaje, elaboración y asentamiento. Por eso no desaparece con los cambios de legislación al respecto; y hombres que parecen pacíficos y honestos, de pronto pegan, violan o asesinan a sus mujeres; les sale de lo más hondo y de la autoafirmación de su ego masculino.
El nombre del ‘padre’ está cargado con esta pre-potencia que está unida al falocentrismo; por eso la violencia masculina es tan frecuentemente una violencia sexual. Al concepto de padre no se le puede cambiar el contenido y reducirlo a una función de amor, cuidado y protección como se pretende; no es neutro ni reciclable. Es un concepto con toda su fuerza simbólica patriarcal vigente (como se demuestra todos los días), y además es el eje estructurador de nuestra psique. El mito de la media naranja lleva dentro de facto una relación de sumisión al Poder del padre.
Bibliografia
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(4) Sau, Victoria: La maternidad: una impostura, m= f(p). Revista Duoda nº6, Barcelona 1994
(5) Ana Cachafeiro y yo hemos abordado la sexualidad femenina en nuestros libros La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente (MadreTierra 1996), El asalto al Hades (Traficantes de Sueños 2001), en el artículo ‘Matricidio y estado terapéutico’ del n° 25 de la revista Archipiélago, en el monográfico de la revista Ekintza Zuzena ‘La sexualidad de la Mujer’, y en la ponencia ‘Tender la urdimbre’ en el I Congreso Internacional sobre parto y nacimiento en casa, Jerez octubre 2000.
(6) Freud, Sigmond (1931) Sobre la sexualidad femenina Tomo III Obras Completas Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1968
(7) Ver la voz ‘útero’ en : Sau, Victoria Diccionario Ideológico Femenista Ed. Icaria, Barcelona 1989
(8) Sagan, D. Por qué las mujeres no son hombres, El País 02.08.1998
(9) Citados en: Anderson, B.S. y Zinsser,J.P. Historia de las Mujeres: una historia propia. Crítica, Barcelona 1991.
(10) Ver, por ejemplo la obra de Marija Gimbutas Diosas y dioses de la Vieja Europa, Madrid, Istmo 1991, y El lenguaje de la diosa Oviedo, Dove 1996. Las claves de la simbología neolítca se abordan en nuestro libro El Asalto al Hades.
(11) Ver Museo del Oro en Santa Fé de Bogotá
(12) Masters,W. y Johnsons,V. Human Sexual Response.Intermédica, México 1978.
(13) Merelo-Barberá, J. Parirás con placer. Kairós, Barcelona, 1980. México, 1986 (1ª
(14) De las Casas, Bartolomé. Historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica, publicación 1552)
(15) Leboyer, F. El parto: crónica de un viaje. Alta Fulla, Barcelona 1998
(16) V.V.A.A. Mamatoto: la celebración del nacimiento. Plural ediciones, Barcelona 1992.
(17) Ibidem
(18) Odent, M. El bebé es un mamifero Ed. Mandala, Madrid 1990
(19) Odent, M. La cientificación del amor Ediciones Creavida, Argentina 1999
(20) Sendón de León, Victoria Más allá de Itaca Icaria Barcelona 1988, y también: Hoffman, A. LSD, cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo Gedisa Barcelona 1991.
(21) Unos versos mesopotámicos del III milenio a.c. dicen: Ninhursaga, única y grandiosa/contrae la matriz/Nintur que es una gran madre/desencadena el parto (recogido por Jacobsen, Thorkild. The Treasures of Darkness Yale Un. Press, 1976 Pg 108.) dando a entender que aquella mujer con un gran desarrollo de su sexualidad podía voluntariamente poner en marcha el movimiento de la matriz, para desencadenar el parto. Efectivamente en el movimiento de la diástole del latido de la matriz, se puede empujar amplificando dicho
latido. Es lógico dado que el tejido muscular del útero se compone de los dos tipos de fibras, la lisa y la estriada, con conexiones con el sistema nervioso voluntario e involuntario.
(22) Choisy, Maryse: La guerre des sexes Ed. Publications Premiéres 1970
(23) Balint, M. La Falta Básica Paidós, Barcelona 1993 (1ª publicación: Londres y Nueva York 1979)
(24) Bergman, Nils. Comunicación en las VI Jornadas sobre Lactancia Materna, Paris, marzo 2005, y también el documental Restoring the Original Paradigm.
(25) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín nº 4, Madrid, 1989.
(26) Liedloff, Jean: El continuum concept Arkana-Penguin Group, USA 1986
(27) Sobre la organización social matrifocal pre-patriarcal, vertebrada desde lo maternal, ver el capítulo II de El Asalto al Hades (ver nota 5). Las fuentes son: de la antropología, Martha Moia, El no de las niñas laSal ed. de les dones, Barcelona 1981; de la literatura antigua, J.J. Bachofen Mitología arcaica y derecho materno ed. Anthropos, Barcelona (con la salvedad de la incorrecta traducción del ‘muterlich’ (maternal) y el ‘mutertum’ (lo materno) que casi por norma han sido traducidas por ‘matriarcal’; de la arqueología, por ejemplo la obra de Marija Gimbutas (ver nota 10). (28) Deleuze, G. y Guattari, F. El anti-edipo, capitalismo y esquizofrenia Paidós, Barcelona, 1985.
Fuente: Casilda Rodrigáñez Bustos
https://sites.google.com/site/casildarodriganez/–la-violencia-interiorizada-en-la-mujer-2003-2006