Perteneces a una familia.
Alguien de esa familia abusa de ti,
y después del abuso existe otro abuso,
el de los “silenciosos”
el de aquellos que miraron hacia otro lado,
el de los que internamente reconocen que no hicieron lo suficiente,
y su conciencia les está llamando.
Surgen cuando hablas,
cuando rompes el silencio.
Porque te mandan callar,
olvidar,
no seguir con el tema “porque estas obsesionada”
y si descubren que te has convertido en una difusora de la denuncia de los abusos infantiles activa e insistente,
se alejan de ti.
O mejor dicho, te alejan de la familia,
porque te conviertes automáticamente en un estorbo,
alguien molesto,
que no está dispuesto a ceder
y callar
ni siquiera un poquito por la familia,
esa familia que , no olvidemos, no te protegió como debía.
Es como si al árbol familiar se le arrancase una rama,
tú.
La víctima.
Pero lo mejor de todo, el verdadero milagro se produce aquí:
La rama,
en lugar de secarse,
en lugar de acabar como leña para el fuego,
vuelve a crecer,
regenera nuevas raíces que la afianzan en la tierra,
una tierra nueva y fértil,
y que lejos de morir florece,
y en muchas ocasiones, consigue dar mejores frutos que el árbol del que procede.
Fuente: Némesis en el Averno