Tengo un sueño, un mundo sin abuso sexual infantil pero, desafortunadamente, aún hay muchas barreras que romper para tener un mundo mejor y proteger a nuestras niñas y niños. Cuando alguien me pregunta sobre el abuso, mira con cara de escepticismo, miedo, rechazo; algo que está enraizado en nuestro imaginario social; algo que perdura tanto en el secreto que cuesta sacarlo a la luz.
Así que empecemos por definir qué es un abuso sin más dilación, de forma sencilla. Es un acto violento de abuso de poder donde se traiciona lo más sagrado de la infancia: la inocencia. Cuando eso sucede, no hay palabras que puedan describir el sentimiento de horror que se produce en ese momento; el mundo se detiene, la luz se apaga y todo se vuelve negro. Y empieza el viaje del silencio y los secretos, la vivencia de la crueldad en su máximo exponente.
A su vez, la mayoría de los abusos es intrafamiliar, es decir, se produce en el entorno familiar: un padre, un tío, un abuelo, un hermano, un primo, una madre, una tía, una hermana, una prima. Así de duro, se repiten patrones en el alma familiar, unos son agresores y otros víctimas, unos pasan la línea del otro, otros se quedan en un lado. Unos escuchan y ayudan a esa inocencia sagrada; otros -la gran mayoría- callan para que no se entere nadie, ni la familia ni la sociedad. Esto hace que se perpetúe esta situación en la miseria humana. La mejor manera de romper con ese patrón es alzar la voz, contra viento y marea, reconocer esta parte tan miserable, para sanarla de una vez por todas. Sin embargo, todavía no estamos preparados para sostener esto. Muchos no saben como reaccionar, pero no todo está perdido.
Como sociedad, es hora de hacer cambios sustanciales y cumplir nuestro compromiso con la infancia, ayudar a los supervivientes cuando pidan ayuda. Es tiempo de abrir los ojos y subsanar todo este dolor con responsabilidad y amor sano. Construir un mundo mejor desde las cenizas porque la inactividad es la mejor baza para que los abusos sigan, en secreto, en la manipulación, en el miedo. Ya no podemos permitirlo más, por mucha vergüenza que nos produzca.
Con todo, aún nos queda la esperanza del ser humano, de aquellos que somos valientes y aportamos nuestro granito de arena para luchar contra el abuso sexual, aquellos que abogamos por los derechos de las personas, aquellos que creemos que los niñas y las niñas son lo más sagrado. Si juntamos cada granito de arena, si nos implicamos más hacer lo correcto y ayudamos de corazón a esas inocencias sagradas, algún día conseguiremos erradicar los abusos.
Tengo un sueño, tengo esperanza y cuantas más personas hablemos de los abusos sin tabú, sin miedo, sin estigmas, sin culpabilidad; conseguiremos ayudar a la infancia.
Alexandra Membrive
Presidenta
Associació El Mundo de los ASI
Barcelona, 19 de noviembre del 2014