El agresor está perfectamente integrado en la sociedad sin constancia de antecedentes haciendo una vida aparentemente normal. Con esto nos referimos a una vida sexual normal, donde uno práctica el sexo con personas adultas y donde prima el consentimiento a la vista de su mundo social. No obstante, llevan una vida paralela ocultando una perturbación emocional que ellos conocen.
El agresor que realiza un acto sexual con un niño que no sabe como defenderse ni sabe reaccionar ante semejante abuso cuando éste, además, no es consciente de que esa relación está basada en al abuso de poder de autoridad y de confianza ya que estas actitudes suelen propiciarse en el ámbito cercano del menor. No existe el consentimiento pasivo del menor de ninguna porque el hecho, de no resistirse, no implica que se rebaje la agresión sino que se manipula al menor rompiendo la confianza de éste, ya que el agresor suele ser una persona conocida y cercana.
El agresor realiza un acto criminal que jamás se puede considerar como un comportamiento socialmente aceptable. Cuando un adulto abusa, utiliza su propia fuerza en desigualdad de condiciones y ejerciendo de su poder y la confianza que el niño deposita en él. Obviamente el niño no tiene la suficiente fuerza para oponerse ni defenderse. No nos olvidemos que los niños depende de los mayores y no poseen un lenguaje para evitar el abuso.