Como supervivientes de abuso sexual en la infancia estamos profundamente cabreadas, indignadas, violadas; después de la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Navarra en el caso de “La Manada”, ante esta perpetuación de la cultura de la violación. Usamos este término de forma consciente, porque lo hemos vivido en nuestras propias carnes, y según el Diccionario de la Violación:
“Una cultura de la violación es aquella en la que la violación y otros actos de violencia sexual contra mujeres y niños prevalecen y se consideran la norma. En una cultura de la violación, la violación y la violencia sexual se aceptan como inevitables y no se cuestionan. El término cultura de la violación se originó en la década de 1970 durante la Segunda Ola del Movimiento Feminista” (Smith, 2004).
Sabemos que la cultura de la violación está aún enraizada en el imaginario social porque:
- se culpa la víctima;
- se nos ve como un objeto sexual, es decir, la cosificación sexual de aquello que se puede coger sin pedir permiso;
- se trivializa la violación porque se mira como algo ajeno, así que mejor quitar importancia; con lo que se apoya y/o tolera la violación;
- negar toda evidencia; lo que es más tremendo, aquí no ha pasado nada y se revictimiza a la persona violada;
- y se sigue con el patrón social de la violación hasta la perpetuidad.
Y de olas van los movimientos feministas, que cíclicamente salimos a la calle, para mejorar nuestras vidas ante la violación y la violencia. Cada escalón que vencemos nos anima a seguir; cada vez que nos hartamos ante situaciones injustas, nos empoderamos cuando salimos a la calle para recuperar nuestra dignidad como personas; transgredimos las antiguas estructuras obsoletas para romper esa tiranía y transformamos nuestras experiencias de forma revolucionaria para cambiar el mundo.
Pero antes de seguir adelante, queremos dar nuestro apoyo explícito a la valentía y la fuerza de la víctima a la hora denunciar su agresión y continuar con el caso en el juzgado, a pesar de todo el linchamiento mediático de la caverna del patriarcado. Con todo, después de la noticia hemos salido a la calle, para apoyarte con toda la rabia y, sobre todo, el amor que te tenemos. Hermana, te creemos. Te damos las gracias y con nuestra respuesta social, queremos decirte que no estás sola. En segundo lugar, queremos agradecer a las personas que auxiliaron a la víctima, cuando ella estaba llorando y desconsolada en posición fetal (Martín-Arroyo, 2017). No sé si sabéis cuánta gente gira la cara a las víctimas, así que sois unas personas asertivas, que nos habéis ganado el corazón y habéis demostrado una gran entereza al ayudar a la víctima. Gracias por esa humanidad, os respetamos por estar al lado de ella, en lugar de cambiar de acera.
Para colmo, esta sentencia nos quiere dejar más vulnerables ante parte de la sociedad, que no entiende qué es la victimización, pero no lo van a lograr, porque somos imparables. Con esta sentencia, nos quieren dar un mensaje subliminal, aunque haya pruebas suficientes, dan vía libre a las personas agresoras a seguir violando, agrediendo y abusando. Sodoma y Gomorra. Pero no. Hasta aquí hemos llegado y no vamos a permitir que sigamos con esta situación. Exigimos parar la victimización secundaria, incitada por la justicia ante casos de violencia, porque la sociedad tiene el poder y la unión hace la fuerza. Ha llegado el momento de parar esta violencia institucional.
A su vez, queremos dejar claro que la asociación lucha específicamente contra el abuso sexual infantil, aunque apoyamos cualquier movimiento contra la cultura de la violación y el maltrato. Así que luchamos contra la violencia a secas, sin diferenciación de género. Esto crea controversia pero tiene una explicación sencilla. Por un lado, aunque la mayoría de las personas abusadoras son hombres, también hay mujeres que abusan directamente en casos de abuso sexual infantil; y, por otro lado, las víctimas –que avisan cuando aún está pasando– o las personas supervivientes – que están o han superado el hecho– piden ayuda a sus familiares, teniendo en cuenta que el 80% del abuso sexual infantil es intrafamiliar; no les creen, ya sean mujeres (madres, tías, abuelas, hermanas, etc.) u hombres dentro de la familia, siendo un delito y una victimización secundaria. “Según Beristain (1996), la victimización secundaria como forma de violencia institucional hace referencia a la mala o inadecuada atención que recibe la víctima una vez entra en contacto con el sistema de Justicia” (Salvador, 2015). Por lo tanto, es necesario hacer una crítica constructiva, analizando la cultura de la violación sin distinción de género, para dar pie a una revolución social, donde se enseñen nuevas formas interrelacionales en nuestra colectividad. Y desde nuestra visión, empezamos por la infancia, el diamante en bruto del cambio social, para enseñarles un visión sana de la sexualidad, una inteligencia emocional donde puedan debatir cuando hay un abuso de poder a pequeña escala; para sanar esta situación y no perpetuar la cultura de la violación y el abuso de poder.
Cabe ahondar en cuáles son las reacciones de las personas que sufren una violación, ponernos en su piel, para entenderlas y abrazarlas, porque la cultura de la violación las examina de una forma que llega a ser vejatoria. Científicamente, se ha reconocido que existe un bloqueo o inmovilidad tónica, como una respuesta habitual, desde el punto de vista fisiológico y psicológico, cuando se produce una agresión. Según Bados, García-Grau y Fusté (2015), la inmovilidad tónica es la reacción automática ante un peligro que produce el miedo intenso, la restricción física de la persona y la imposibilidad de escapatoria. Conforme al estudio de Möller, Söndergaard y Helström (2017), “la resistencia activa se considera como una reacción “normal” durante la violación. Sin embargo, los estudios han indicado que, al igual que los animales, los humanos expuestos a una amenaza extrema pueden reaccionar con un estado de inhibición involuntaria temporal del sistema motor conocida como inmovilidad tónica. La conclusión de este estudio es que la inmovilidad tónica durante la violación es una reacción habitual asociada con el trastorno de estrés postraumático y la depresión severa posterior. El conocimiento de esta reacción en las víctimas de agresión sexual es importante en asuntos legales y para el seguimiento de la atención médica.” Según Anna Möller, “puede que los tribunales se inclinen a desestimar la noción de violación si al parecer la víctima no se resistió. Por este motivo, y en aras de la salud mental de la víctima, la inmovilidad tónica debería evaluarse de forma rutinaria en todas las víctimas de agresión sexual”. Según estudios de Kilpatrick, Veronen y Resick (1979), “los sentimientos más frecuentes durante la violación son: la ansiedad, el miedo y la indefensión; la amenaza a la vida; el sentimiento de degradación; y la pérdida absoluta de control” (Echeburúa, de Corral y Sarasúa, 1989).
De acuerdo con el artículo de Hopper (s.f), otra reacción más común es la disociación: la desconexión de las emociones y sensaciones que se producen durante una violación; que lleva a dispersarse o sentirse irreal, como en un sueño; o la atención se concentra en un punto en el cielo raso o en los sonidos de la calle; todo para poder soportar la agresión sexual. Como ya hemos comentado, la mayoría de las víctimas se congelan, aunque sea brevemente. Algunas se defienden efectivamente. Algunas se resisten en forma pasiva. Algunas se rinden de repente y lloran. Otras se paralizan, se debilitan, se desmayan o se disocian. Pocas de las personas que han experimentado estas reacciones se dan cuenta de que son reacciones naturales del cerebro a un ataque y terror. Se culpan a sí mismas por no defenderse. Se sienten avergonzadas. Tristemente, muchos policías y fiscales aún no saben sobre estas reacciones cerebrales. Ninguna de estas reacciones, tanto en mujeres como hombres, implican dar permiso o cobardía. Tampoco son evidencia de que la víctima no se defendió lo suficiente como para merecer nuestro respeto y compasión. Son reacciones que debemos esperar, ya que el circuito del miedo domina a la persona. Ojalá llegue el día cuando todos los que conocemos a alguien que ha sufrido una violación, todas nosotras, aunque lo sepamos o no, entendamos estas formas básicas, en que nuestros cerebros reaccionan a tales ataques, y que usemos este conocimiento para promover la sanación y la justicia.
Al mismo tiempo, una de las respuestas fisiológicas del cuerpo cuando se produce una agresión, puede ser la excitación y el orgasmo; pero eso no quiere decir que se disfrute, porque en una violación no se consiente. Según Morber (2013), la excitación sexual y el orgasmo durante la violación no es un ejemplo de una expresión de placer, sino que es un ejemplo de una respuesta física, que parece originarse en el sistema nervioso autónomo; el mismo sistema reflejo que subyace en la frecuencia cardíaca, la digestión, la respiración, sudoración o una descarga de adrenalina. Los terapeutas utilizan comúnmente la analogía de las cosquillas, mientras que el cosquilleo puede ser placentero, cuando se hace frente a los deseos de alguien, también puede ser una experiencia muy desagradable. Y durante esa experiencia displicente, aunque se pida que se detengan las cosquillas, el que las recibe continuará riendo, porque simplemente no puede evitarlo. En los asaltos violentos, la intensa excitación física del miedo puede aumentar las sensaciones sexuales en un proceso llamado “transferencia de excitación”. En un estudio de laboratorio, la ansiedad ante la amenaza de una descarga eléctrica, mejoró las respuestas eréctiles masculinas a las imágenes eróticas. Los hombres en este estudio que no esperaban el shock, no disfrutaron del shock. El elevado estado de excitación física de su cuerpo –la ansiedad ante la amenaza del dolor– también aumentó la excitación sexual. Así que la excitación sexual es solo un componente más del estado de “lucha o huida”. La excitación y el orgasmo durante la violación suceden, probablemente mucho más a menudo de lo que sabemos. No es un signo de culpabilidad o placer y, de ninguna manera, indica consentimiento; más bien es una señal de que nuestros cuerpos reaccionan, tal como lo hacen con un latido del corazón rápido o una descarga de adrenalina. Solamente se trata de la acción y reacción fisiológica del cuerpo, algo que la cultura de la violación usa a su favor para seguir con su sistema patriarcal.
Como bien comenta Morber (2013), podemos citar algunos ejemplos de la desconexión mental y física en la excitación sexual:
- Algunas personas pueden llegar al orgasmo frotando sus cejas. Otras, pueden tener un orgasmo cuando se aplica presión sobre sus dientes.
- Algunas personas pueden “pensar”por sí mismas en el orgasmo sin ningún estímulo físico. Una mujer incluso ha hecho esto dentro de una resonancia magnética.
- Personas con lesiones en la médula espinal (una desconexión física cerebro-cuerpo) aún pueden experimentar el orgasmo. También se ha confirmado con una resonancia magnética.
- Las mujeres pueden excitarse sexualmente sin su conocimiento. Al medir los cambios en el flujo sanguíneo a los genitales femeninos, varios estudios han encontrado que las imágenes subliminales, las imágenes de cópula en otras especies y aquellas que las mujeres informan como repugnantes, aburridas o no excitantes, pueden causar excitación física.
- Eso también sucede en los hombres, aunque los hombres generalmente tienen un criterio de medida más obvio.
- La consciencia no es necesaria para el orgasmo. Tanto hombres como mujeres pueden experimentar el orgasmo durante el sueño.
De acuerdo con Gurrola (2018), debemos conocer cómo responde el cerebro ante el trauma. El miedo intenso que se genera al experimentar un evento traumático hace que el cuerpo de la víctima, para su supervivencia, active la amígdala; un área del cerebro reptiliano que produce el miedo en la respuesta hacia la amenaza. Cuando la amígdala comienza a enviar alertas, los humanos —así como los animales— entran en modo de supervivencia, poniendo el cerebro y el cuerpo en alerta máxima. Por lo tanto, antes de acusar a las víctimas de disfrutar mientras son violadas, es necesario documentarse bien sobre las respuestas automáticas que genera nuestro cerebro, y no volver a violarlas, desde la ignorancia enraizada en la podredumbre de la mente patriarcal, perpetuada desde hace siglos.
Otro aspecto a profundizar es la agresión de la víctima cuando ésta la realizan varias personas a la vez y según Woodhams y Cooke (2013), el número de agresores se relaciona significativamente con el grado de resistencia mostrado por la víctima; así que con un menor número de agresores, la resistencia de la víctima será mayor. Por esto, estamos indignadas por la falta de asertividad de los jueces, porque las pruebas presentadas demuestran el estado en el que se encuentra la víctima y la brutalidad de los agresores ante una violación sexual. Solamente falta sentido común y quitarse las gafas del patriarcado para proteger a la víctima del análisis tendencioso de los jueces.
Los hechos probados dan pie a que hay violencia con intimidación y el requisito para considerarlo como violación, pierda toda su validez al ser un sinónimo literal de acorralar. Según el Tribunal Supremo, la intimidación se define como la amenaza de palabra o de obra de causar un daño injusto que infunda temor o miedo en el sujeto pasivo. Entiende así que cuando la víctima carece de capacidad física de repeler la agresión, -como cuando está aquejada de una parálisis total, o extremadamente débil, o casos de sumisión química (Art. 181.2)-, estamos ante un abuso sexual con las agravantes que correspondan pero no ante una agresión sexual o violación, ésta última castigada con una pena de prisión de seis a doce años, que se aumenta hasta 15 en caso de que se cometa por dos o más personas conjuntamente. Cuando el consentimiento se haya obtenido prevaliéndose el responsable de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima, también estamos ante un abuso sexual (Art. 181.3 CP). Entonces, si la víctima se somete por estar atemorizada, habiendo sido abordada sexualmente por varios individuos –que implica un desequilibrio numérico y una desproporción física– y si, además, concurren otros factores como un lugar de comisión que impida la defensa por su parte o la de terceros, sustracción de objetos y conductas vejatorias hacia ella, ¿no es una situación toda ella intimidatoria? ¿En serio? La doctrina penal entiende que basta con que la situación sea objetivamente intimidante para concebir que estamos ante una agresión sexual. En una situación como la descrita, por lo tanto, sería una intimidación.
El problema es que la jurisprudencia no considera la intimidación de igual forma en una agresión sexual, que en otros tipos de delitos. Por lo tanto, consideramos que si 5 tíos meten a una chica de 18 años en un portal y la llevan a un cubículo de 3 metros cuadrados, es meterle miedo de forma intimidatoria y punto. La valoración jurídica que han adoptado como suya dos de los tres jueces, ya que un tercero ni siquiera vio la violación, habla de relaciones consentidas, como si lo sucedido en el portal de madrugada fuera una orgía pactada entre los seis. Los magistrados han adoptado la decisión en vista de la jurisprudencia existente que determina lo que es intimidación y lo que no, lo que es violencia sexual y lo que no. Y aquí radica el problema, porque una cosa es la normativa, y otra muy distinta, la interpretación de ésta, que se hace desde un punto de vista machista y prejuicioso, donde la víctima es revictimizada por una violencia institucional. Vemos así cómo la propia institución, corrompe y viola sus propios principios constituyentes, basados en su poder para ejercer la justicia de forma ecuánime y sin ningún tipo de discriminación. No en base a las creencias machistas imperantes; que le condicionan a la hora de aplicar una ley, que exige a gritos una toma de conciencia, que lleve a una transformación y reciclaje desde sus profundidades más sombrías, para desechar lo que ya no sirve, y renacer para poder recuperar la dignidad y la confianza de la ciudadanía.
Según Smith (2004), “el patriarcado es una doctrina sociopolítica y un sistema cultural que coloca a los hombres por encima de las mujeres.” Históricamente, los que escriben las leyes han sido los ricos y poderosos, por lo que el delito de violación se creó para proteger el honor de las esposas e hijas de los señores acaudalados y poderosos. En la antigüedad, si la mujer no era desposada, no se trataba de un delito, ya que el bien a tutelar era el honor del marido y no la integridad física o emocional de la víctima. El tema se reducía, por tanto, al honor familiar y eso incluía que las hijas debían conservar su virginidad por encima de todo, y si no era así, la única excusa era demostrar que hubieran sido forzadas. Y como nos expone en un estudio Rodríguez (1997), tal como ocurría en el Derecho romano y el visigodo, el bien jurídico que se trataba de tutelar era la castidad de la mujer y el honor de las personas a ella vinculadas por relaciones de parentesco o matrimonio. En cambio, más adelante nos expone que en la Edad Media “el delito de violación en esta etapa era definido como el yacimiento de un hombre con una mujer sin el consentimiento de ésta y por medio de la fuerza.” (Rodríguez, 1997). Aunque sabemos ésto, a día de hoy, como hemos comprobado en esta sentencia del sistema patriarcal, estamos estancados en una visión arcaica porque no se cumple.
En la actualidad, estamos hartas de un sinfín de cuestionamientos del sometimiento patriarcal. A cuántas personas has escuchado o leído decir: que hay que hacerse respetar, que dónde iría vestida así, que si parece que se lo busca, por qué iba sola, qué tipo de fotos subes a las redes sociales, cómo se estaba comportando tal persona, que si era muy ligona, si había cerrado las piernas. A su vez, cuántas veces has escuchado o leído razonamientos que empezaban con: “por supuesto que está muy mal lo que hicieron, ojalá les caiga todo el peso de la ley, pero…”
Está claro que para considerar la violación un delito contra la libertad sexual, la integridad física o emocional de la víctima, aún queda mucho camino por recorrer. Todavía se mantiene en el imaginario social que la víctima tiene que demostrar su lucha por preservar su honor. Además, debe hacerlo con ímpetu, resistiendo y peleando, mientras le queden fuerzas, aunque hemos demostrado que la realidad es otra, porque la inmovilidad tónica, el estado de shock o la disociación paraliza a las víctimas. Visto lo visto, la mujer debe resistirse hasta morir y defender su honra sino será cuestionada por cómo viste, si sale sola, si se va de juerga…
La interpretación de las leyes está alejada de la psicología y ésto nos lleva a unas resoluciones sinsentido. De ahí que, en muchos casos, la justicia no responde como debería y las víctimas se sienten desprotegidas. ¿Cuánto tiempo más debemos esperar para que se creen especialistas en violencia sexual en la infancia, adolescencia y personas adultas? ¡Ya está bien de tanta impasividad, basta ya de esta violencia institucional! Existen numerosos estudios psicológicos que tiran por tierra la interpretación jurídica de los casos de violencia sexual. Ha llegado el momento de cambiar porque lo pedimos, nosotras, las mujeres; pero no estamos solas, nos acompañan los hombres que nos apoyan, nos consuelan, nos levantan y, sobre todo, nos creen. En consecuencia, la justicia se tiene que acercar a las investigaciones científicas, bajarse del pedestal y sacarse la venda, ante las respuestas de las víctimas en el momento de sufrir una agresión. A sabiendas de esta situación, los tribunales deben proteger a las víctimas que denuncian desde el primer momento, abandonar sus gafas del sistema patriarcal y no descartar la violación intimidatoria, porque no ha habido resistencia de las víctimas. Entender el porqué las víctimas no se pueden defender es básico para juzgar de manera correcta estos hechos.
Queremos caminar tranquilas, ya sea de noche o de día, sin tener que mirar hacia atrás, porque somos personas que tenemos el derecho a ser libres y a decidir sobre nuestros cuerpos. Exigimos una sexualidad sana y así seremos una sociedad mejor, al cuidado de las relaciones interpersonales. Con todo, tenemos esperanzas, suena paradójico, pero sí. Hemos salido a la calle, estamos empoderadas y con nuestra fuerza resiliente, vamos a presionar para cambiar lo caduco. No hay vuelta atrás. Según Einstein, “la verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.” Con esta crisis, la revolución ha llegado y conseguiremos lo que nos proponemos.
¡Hermana, nosotras te creemos!
Autoras: Alexandra Membrive, Cristina Gómez Felip, Amelia Montes y Sara Berga
Citación APA: Membrive, A., Gómez, C., Montes A. y Berga, S. (2018). ¡Hermana, nosotras te creemos! Associació El Mundo de los ASI. Disponible en http://www.elmundodelosasi.org/2018/04/30/hermana-nosotras-te-creemos/
Bibliografía
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- Gurrola, S. (2018). La memoria traumática y la necesidad de juicios justos para las víctimas de violación sexual. Health and Human Rights Info(1). Recuperado de http://www.hhri.org/es/newsletter/
- Hopper, J. (s.f). Por qué muchas víctimas de violación sexual no gritan ni se defienden. Recuperado de https://www.jimhopper.com/sexual-assault-and-the-brain/espanol/no-gritan-defienden/
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