Estamos acostumbrados a ver informaciones sobre abusos y maltratos en la infancia por los periodistas incumpliendo el código deontológico al tratar el tema con una morbosidad que nos deja perplejos. Buscan lo sangriento y rozan la inmoralidad, hacen las mismas preguntas una y otra vez, el sensacionalismo en su máximo exponente sin detenerse a pensar otra manera de mirar lo que está pasando con la violencia infantil, sin ahondar en nuestra responsabilidad como sociedad. Claro, todo tiene un motivo, ni tan siquiera se quiere hacer una sensibilización sobre los abusos sexuales en la infancia porque da pavor hacer una crítica real y constructiva para dar un cambio. Solamente informan la punta del iceberg y me provoca cabreo cuando veo a los periodistas debatiendo casos sin conocer el tema a fondo, se quedan en la superficie del morbo, lo que importa son los números de audiencia. Eso mueve dinero y suena la máquina de hacer dinero. Me hace gracia cuando oigo una y otra vez: “Era una persona normal” porque los abusadores y las abusadoras se ocultan, manipulan para que impere el silencio y hacen todo lo posible para que parezca que aquí no pasa nada.
Todo esto embrollo amarillista empezó con el caso Alcásser (Valencia) y el desastre mediático se instauró en la caja tonta que poco a poco ha estado minando a los espectadores hasta crear la cultura del morbo, los han enseñado a ver la información así. Ahora tenemos el caso Asunta y me abruma la cantidad de opiniones sinsentido que me ponen la piel de gallina. Me apena ver que en el s.XXI seguimos sin actuar con conciencia, rigurosidad y sin reconocer la verdad, la que asusta: 1 de cada 5 niñas y niños sufre abuso sexual infantil en Europa pero seguimos sin estadísticas reales, la última que se realizó en España fue en 1994. ¿A qué esperamos? Ahora mismo hay menores atemorizados, desde su silencio, que nos están pidiendo ayuda a través de su lenguaje simbólico y no les sabemos escuchar, hacemos oídos sordos porque no se hace ni sensibilización, prevención ni detección adecuada ni la familia, colegios ni las personas que están en contacto con la infancia y adolescencia. No nos engañemos, no. La mayoría de los abusos tanto sexuales, físicos como psicológicos que se realizan son intrafamiliares, de puertas adentro y cuanto más calladitos mejor que no se entere nadie que es una vergüenza y, de mientras, la víctima sufre una revictimización porque la familia prefiere quedarse en silencio. ¡Olé tú!
Salen casos mediáticos a la palestra con finales dramáticos sin vuelta atrás pero cómo denunciar los casos de abusos intrafamiliares que no dejan rastro físico. Los niños no pueden reunirse y luchar por sus derechos. Suficiente tienen con lo suyo, aguantar los abusos y sobrevivir como pueden.
Ya es hora que hagamos un cambio radical y que cuidemos a las niñas y a los niños de una forma honesta y sin prejuicios. ¿Tanto miedo da reconocer la verdad que no se quiere adentrar? Esto se tiene que acabar ya, no podemos seguir con esta asepsia ante la violencia en la infancia porque somos nosotros los que tenemos que cuidar a los niños, porque somos nosotros que debemos escucharlos y ayudarlos para que crezcan en un buen entorno. Y ya puestos, aclaro que los abusos no entienden de clases sociales ni mucho menos.
Periodistas os invito que hagáis los deberes y miréis más allá, investiguéis un poco y os encontraréis con la realidad. Os necesitamos, sí, y mucho, para romper el tabú social pero creo que ha llegado la hora de cambiar la perspectiva con responsabilidad, se lo debemos a lo más sagrado: las niñas y niños del pasado, presente y futuro.
Gracias
Alexandra Membrive
Presidenta Asoc. El Mundo de los ASI para la protección a la infancia y ayuda a los supervivientes de abuso sexual infantil